Los asesinos de Noir

De misa con Karen y Ulric

- Hermana Kat, ¿Dónde vas tan temprano un domingo por la mañana junto a Ulric? – Se apresuró Mimi en preguntar mientras veía a Karenet y Ulric acercarse a la puerta de salida.
- ¿No se ve?, se va  a la iglesia, ¿no ves lo recatada que va vestida?- apareció la Madam en camisón para detener a Mimi de que los siguiera.- Quien no conociera a Karenet, y la viera así vestida pensarían que es una pura cristiana, que alcanzaría la beatitud, y no una prostituta de la Zona Roja. 

Karenet había llamado a un taxi que los esperaba en la entrada de la Zona Roja. Fueron hasta un alejado y pequeño pueblo, allí bajaron, frente la entrada de este y fueron caminando hasta la iglesia que se situaba en el centro de la plaza.
- Hermana Kat, estas ropas parecen muy caras ¿está bien que las lleve yo? – toqueteaba Ulric su torcida pajarita.
- Claro que sí, vamos a la casa del Señor, por lo que hay que ir elegantes.-se agachó para colocarle bien el nudo.
- Se oyen las campanas- alzó la cabeza.
- Sí, apurémonos- le agarró suavemente de la mano y volvieron a emprender la marcha hacia la iglesia.
Había una gran congregación de gente en la entrada de la antigua iglesia, muchas mujeres mayores estaban reunidas en un lado hablando, otras personas iban entrando y el cura los recibía en la puerta y según iban entrando los saludaba.
- ¡Hey, mirad! Ha llegado Karen- dijo una de las mujeres que vestía un vestido marronoso.
En nada, Karenet y Ulric, se vieron rodeados por señoras que no paraban de hablar de tertulias, cuchicheos y chismes de otros vecinos y pueblerinos de allí. Cotilleo en general.
- ¿Te has enterado de que María ha decidido dejar que su hija salga con el rufián del hijo del carpintero?
- ¿Cuál?
- Sí, mujer, sí. Aquel que dice que roba naranjas del campo de Jaime.
- Por cierto, Karen, ¿quién es este niño que traes contigo?
- Oh, él es Ulric, un niño huérfano que he decidido traer. Dijo que quería ver la iglesia donde voy todos los domingos.
Tras aquello las señoras empezaron a decirle que era un buen niño y a darle dos besos y decirle un montón de cosas, que hizo que el niño se acabara ocultando detrás de Karenet.
- La parroquia está encantada de que un nuevo feligrés se una a nuestras amada iglesia- dijo el cura de gran avanzada edad que se había acercado a ver qué pasaba.
- Lo sentimos, Padre Bruno, de inmediato entramos- sonreían mientras se ponían en marcha.
- ¿Te llamas Karen?- se asomó de nuevo Ulric
- Si, ese es mi nombre de verdad. Sabes porque vengo siempre a este pueblo.- Karen no esperó la pregunta, de inmediato respondió- De pequeña, cuando había problemas o vacaciones, venía a aquí a vivir con mi abuela. Siempre veníamos juntas a misa. Así que, en un pueblo tan pequeño, es normal que todos se conozcan.  Pero no te preocupes, si no quieres venir más después, no hace falta que te fuerces.- acarició suavemente la cabeza del niño que parecía pensativo.
- ¿Después podríamos ir a ver a tu abuela?
- Claro- sonrió.
Karenet entró primero y se persignó con el agua bendita de la pila benditera de la entrada. Como el chico no sabía cómo tenía que hacerlo, ella le ayudó. La misa empezó presidida por el Padre Bruno, que con su avanzada edad hacia que la misa se le volviera eterna al pequeño Ulric. 
- En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. – inició el cura
- Amén. –respondió la iglesia al unísono.
- La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros. – continuó el párroco.
- Y con tu espíritu.- respondieron de nuevo a la vez
Ulric sintió que en algunos momentos había dado alguna cabezada mientras se recitaban un versículo de la biblia; arrodillarse, levantarse, y luego otra media cabezada en algo de una carta a los corintios. El chico quedó un poco ensimismado hasta que las palabras de “podéis daros la paz” más el ligero toque de Karen, hicieron que volviera en él. La mujer estrechó la mano del niño.
- Que la paz esté contigo- dijo mientras mantenía sus manos apretadas- ahora tú  respondes “y con tu espíritu”
- Y con tu espíritu.- contestó.
- Muy bien, ahora inténtalo con los demás.- dijo mientras se volteaba a estrechar manos mientras se repetían aquellas dos frases todo el rato.
- Que la paz esté contigo- dijo una señora muy mayor que estaba sentada al lado de Ulric.
- Y con tu espíritu- sonreía el chico mientras le estrechaba suavemente su temblorosa mano.
Tras pasar por aquello con cuatro personas más, las oraciones de la misa siguieron su curso. Después la gente se fue levantando para ir hasta el atril donde el Padre Bruno repartía algo redondo y blanco.
- Eso es la hostia, simboliza el cuerpo de Jesucristo. Solo la pueden tomar los que hayan hecho la comunión- le susurraba Karen a Ulric.
Despues, de aquello y un silencio, siguió otro cura mucho más joven. Y mientras este hablaba empezaron a pasar unas personas con una especie de cestas. Karenet sacó unas pocas monedas y se las dio al niño indicándole que tenía que depositarlas dentro cuando llegaran.
Ulric vio que las cestas tenían muchas monedas y algún que otro billete. Obediente, dejó las monedas dentro y Karen hizo lo mismo.
Tras todo aquello, llegaron las palabras finales.
- El Señor esté con vosotros. – dijo el joven párroco.
- Y con tu espíritu. – todos de nuevo al unísono.
De pronto todos se santiguaron, pillando a Ulric desprevenido y moviendo los brazos como intentando imitar lo que hacían los demás.
- Podéis ir en paz. 
Entonces se fueron abriendo las puertas de la iglesia y la gente, poco a poco, fue vaciando la sala. Con menos gente en el interior, se podía apreciar mejor la arquitectura gótica de la iglesia, sus vidrieras, grabados y sus esculturas de santos. El chico se quedó mirando a Cristo crucificado. 
- Él fue sacrificado por nuestros pecados- comentó Karen mientras miraba hacia donde miraba el niño.
- Qué pena- comentó honesto.
- Sí. ¿Vamos a ver  mi abuela?- inclinó ligeramente la cabeza.
Salieron de la iglesia y fueron hasta la parte trasera donde se extendía el cementerio. Pasaron bastantes sepulturas hasta que Karen se paró frente a una lápida que tenía flores casi mustias y una vela a medio consumir, pero increíblemente limpia en comparación a las demás.
- “Aquí yace Agatha Vázquez Pascual. Feligresa y ferviente creyente. Amable, bondadosa y muy amada por su nieta. Descansa ahora en manos del Señor.”- leyó despacio Ulric las letras inscritas en ella.
- Has mejorado en la lectura. Muy bien- palmeó la cabeza del niño mientras se agachaba a recoger las flores marchitas.- Voy a buscar unas nuevas, espérame aquí, vuelvo enseguida.
El chico asintió mientras la veía marchar. Mientras esperaba, se puso a objetar las lapidas contiguas que había. Entonces escuchó a unas señoras hablar, mínimo eran tres, reconoció que eran las que les habían saludado al llegar. Sin quererlo acabó escuchando la conversación.
- Has visto, Karen viene todos los domingos aunque ya no vive en el pueblo. Para mí que tiene un lio raro con el Padre. Mucho tiempo los he visto juntos.
- Pero que dices mujer, si está muy mayor.
- No, no, con el Padre Bruno, no. Me refiero al Padre Salvador.
- ¡Qué me dices!
- Me ha contado Juana, que la mujer del herrero, había visto a Karen por malos barrios.
- Válgame Dios, se ha metido a la mala vida. Bueno, ya sabéis que nunca nos ha dicho de que trabaja.
- ¿Drogas?
- ¡No es posible! ¿Me diréis que se ha metido en eso?
- Y que me decís el niño, ¿Huérfano? A lo mejor es suyo y todo.
- Dios nos salve, con un hijo y sin casarse vaya pecado.
- Pues yo no la vi muy preñada, si es suyo…
- Bueno ya sabéis que ella va mucho de puritana y mosquita muerta, pero he oído que está metida en asuntos turbios.
- ¡Qué me cuentas!
- Pues lo que oyes. Su alma ha de estar podrida, y la quiere salvar usando un huérfano. De donde creéis que saca dinero para dar a la iglesia.
- Que cosas, ay, Señor… 
Ulric ya no podía seguir escuchando como se metían con Karenet y estuvo a punto de ir a decirles cuatro cosas, pero entonces alguien le agarró del hombro.
- Amadas feligresas, la envidia y la soberbia son pecados capitales muy graves, como pastor no puedo dejar, pues, que mis ovejas pierdan su camino. Nuestra hermana Karen ha hecho una gran aportación para comprar el nuevo velo a la virgen de nuestra parroquia para que en las próximas fiestas pueda lucirlo. – el joven cura sonreía- ¿venían a visitar a algún familiar? O ¿estáis consagrando la paz en el cementerio?
- Nada, Padre, ya nos estábamos marchando. Habíamos venido a limpiar la tumba familiar, ya sabe.- comentó una mientras las demás soltaban alguna cosa similar y abandonaban el lugar.
- Joven, la ira y la venganza no son buenas consejeras- se había agachado para hablarle cara a cara a Ulric.- Pequeño, el ser humano es pecador por naturaleza, pero tenemos un Señor muy misericordioso que sabe perdonar si te arrepientes de tus errores. Por eso siempre has de seguir la luz que permita que tus acciones no manchen tu alma.- se volvió a levantar- Soy el Padre Salvador, si necesitas algo no dudes en venir a mí. Tú estabas con Karen, ¿no es así, pequeño?- Ulric asintió- pues volvamos. Seguro está muy preocupada.
Así fue, Karen estaba buscando a Ulric quien se había alejado de la tumba y por tanto no lo encontraba. El cementerio era como tierra santa, por lo que Karen no quería gritar. 
- Que susto me ha dado. Te dije que esperaras aquí.- suspiró aliviada en verle.- Gracias Padre por encontrarle.
- No te preocupes. Veo que has venido a limpiar la sagrada tumba de su abuela.
- ¡Oh!- miró Karen al cubo de agua, una bayeta y las nuevas flores que traía con ella- Así es.
- De verdad, quiere a su abuela.
- Con gran amor. No creo que vuelva encontrar a nadie como ella.
Los tres se pararon en frente de la lápida de Agatha. Karen se agachó para empezar a limpiar.
- Usted es la única que tiene la lápida de un familiar tan limpia. Todos los domingos sin falta viene a limpiarla.- comentó el cura.
- ¿De verdad?- se sorprendió Ulric.
- Se lo merece. Tuvo una vida dura y difícil. No la quería su familia, su hija la ignoraba, su yerno no la soportaba. Solo su nieta pasaba todo el tiempo con ella. Luchó hasta el final por sus principios y creencias. Mi abuela siempre me decía que Dios recompensan a aquellos que se lo merecen, sin importar como los demás te lo agradezcan, si sabes que has obrado bien, estará bien. También dijo que cuando ella se marchara, seguiría velando por vi desde los cielos- la voz de Karen se cortó y empezaron a escucharse ligeros llantos provenientes de ella.
- “Dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida, quién cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo aquél que vive y cree en mí no morirá para siempre” por Juan 11: 25 y 26.- oró Padre Salvador con las palmas de las manos hacia arriba.
- Yo sigo pensando que desde lo alto aun vela por mí. Ella y el Señor.- respondió Karen mientras terminaba de colocar unos claveles en un jarrón y unos gladiolos alrededor.

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