Los asesinos de Noir

Un impulso

El sol despuntaba entre los edificios. Un fino hilo de luz alcanzó mis parpados obligándome a girar. En el exterior se podía oír las voces de los propietarios echando a los clientes. Esta clase de lugares cierran de día. No hacia ni una hora que había despachado al último cliente, cuando pude meterme en cama a dormir. Y aun así, el sol insistía en despertarme. Estiré de las sabanas y me enrollé en ellas intentando escapar de la claridad.
No sé cuántas horas habré dormido antes de que me despertaran tocando a la puerta, pero seguro que no las suficientes. Entró con toda la razón del mundo, la propietaria.
- Ma, ¿qué la trae por aquí?- me guardé mis ganas de protestar y me levanté.
- Pues he venido a traerte tu parte- comentó cerrando la puerta- estoy contenta, estas semanas has traído más clientes de los habituales. Así que hoy cobras más.- sonríe mientras deja un sobre sobre la mesa.
Me estiré y me acerqué a la ventana para abrirla.
- Ma, estaba pensando en tomarme unas vacaciones. No muy largas, pero hay varias cosas que quiero hacer.- comenté mirando al exterior.
- ¿No lo dirás enserio?- Su ancha cara se curvó con una mueca en desacuerdo.- Porque eres tú, Karenet, que a cualquiera otra le hubiera cerrado la boca.
- Bueno, soy diferente a ellas, no estoy atada al local ¿no? – jugueteé con las cortinas de ganchillo.
- No, pero tampoco puedes ir a otro burdel y llevarte los clientes que tienes aquí.- puso los brazos en jarra sobre lo que, en su juventud, debió ser la cintura. 
- Nunca pensé en hacerle eso, no después de todo lo que hizo por mi.- miré como aun había gente pasando por la calle.
Ma, mote cariñoso por el que la llamamos todas, era la Madame del burdel para el que trabajaba y aunque era muy estricta, siempre tenía un trato especial hacia mí cuando no había nadie presente. Yo sigo trabajando aquí por libre voluntad, no puedo decir lo mismo de las demás chicas que o bien han sido vendidas por sus familiares o bien son chicas de la calle que no tenían donde caer muertas y Ma las recogió. Este era uno de los mejores sitios para estar, no quita el hecho de que sea prostitución, pero nos trataban mejor que en otros locales. 
- Mira, allí vuelve a estar ese niño- se asomó la mujer haciendo que su bufanda de plumas me rozara la nariz.- Acabará mal parado.
- Ese niño sí que ha debido de soportar duras cargas.- suspiré mientras veía como el niño intentaba atraer a algún cliente.
- El otro día se lo llevó aquel hombre gordo y orondo que apesta como si lo hubieran sacado del cubo de la basura.  Seguro el mocoso ya ha pillado alguna enfermedad, casi prefiero que se aleje.- dijo haciendo un gesto muy feo con la mano y arrufando la nariz.
- Pues yo creo que me lo voy a quedar- salté del lugar y salí de la habitación rápidamente.
- ¡¿Qué vas a qué?!- llegué a oírla.- Ni se te ocurra.
- Hermana Kat, donde vas con esas ropas- me pareció escuchar a Mimí, pero no me paré.
Bajé los escalones de dos en dos y salté la barra. Salí del local y justo está allí el niño a punto de ser llevado por un hombre de aspecto peligroso. Que claramente era un traficante de órganos. Agarré el delgado brazo del niño.
- Disculpe, yo lo vi antes- le sonreí al hombre.
El hombre se quedó callado mirándome de arriba a abajo. Como había salido rápido solo vestía una blusa roja transparente, donde se me veía todo el pecho y mi ropa interior inferior.
- ¡Tú! Si miras un segundo más a mi mercancía te voy a cobrar- le gritó Ma desde la ventana lanzándole una palangana. 
Al final salió corriendo porque los gritos de la propietaria llamarón a muchos curiosos. Entré con el niño al burdel, bajo las sorprendidas miradas de las demás chicas y de los gritos de Ma diciéndome que sacara esa basura del local. Seguí caminando sin detenerme hasta entrar en mi habitación y cerrar la puerta. Suspiré al ver el jaleo que se había montado. El chico curioso miró a su alrededor, sus ojos brillaban por ver una habitación tan limpia y colorida, supongo. Entonces de pronto y pillándome desprevenida, se sacó ese jersey tan largo y andrajoso que llevaba, quedándose desnudo.
- Vaya, sí que vas lanzado…- dije aun con cara de sorpresa- pues pasa por aquí.
Era muy obediente y me siguió hasta la sala contigua donde estaba la ducha. Ahora el sorprendido era él, que no entendía que estaba pasando. Le ayudé a darse una buena y merecida ducha. Su cuerpo estaba muy magullado, con alguna herida recién curada, algunos moratones y por suerte ninguna cicatriz permanente. 
- Hermana Kat, le he traído una muda limpia- tocaba a la puerta Mimí. 
- Pasa- dije mientras secaba el pelo del chico.
La puerta se deslizó y se asomó la chica. Senté al niño en unos cojines que tenía en el suelo y observé la ropa que trajo.
- Las ha elegido Ma. Y parece que le irán bien- sonreía mientras miraba de la ropa al niño.
- Sí, yo también lo creo, aunque no me gustan los colores- me giré hacia él, que permanecía tapado con la toalla.- Por cierto ¿Cómo te llamas?
El chico permaneció callado mientras le ayudaba a vestirse unos pantalones grises y una camisa verde oscuro. 
- Bueno, si no lo quieres decir, te podemos poner uno ¿verdad?- canturreaba Mimí mientras peinaba al niño.
- Sabes que no me gusta que haya hombres de gratis aquí- entraba Ma con una bandeja en mano y protestando.- Supongo que querrá comer. Parece estar en los huesos.
La madam dejó la bandeja a sus pies, había en ella un bol de leche junto a unas rebanadas de pan y unas pocas galletas. El chico no se contuvo mucho, pero tardó unos segundos antes de ponerse a zampar como un lobo famélico.
- Pobre criatura- comenté mientras me sentaba a su lado.- Ma, deja que me lo quede como mascota.
- De eso nada, ya tienes a Mimí. ¿Cuántos más quieres?- señaló a la chica que movió la mano como si fuera una gata.
- No te preocupes en este caso yo pagaré los gastos del chico… Es más, que decidan las demás chicas. Sí él consigue que todas lo acepten tendrás que reconsiderar tu decisión ¿Qué dices?
- Tú, tú…- dijo levantando el dedo índice mientras lo movía hacia mí- No hay remedio, eres una cabezona. Vale, está bien. Que sea así, pero tienen que aceptarlo todas las que viven aquí. Y por las noches tiene que irse a dormir en el almacén. Y pobre de él si se come o desparece algo. 
- ¿Qué queréis que haga?- habló por fin el chico tras acabar el último bocado.
- A partir de ahora vivirás y trabajaras aquí. Pero de forma muy diferente a lo que hacías en la calle.- le respondí frotándole la cabeza. 
- ¡Ah! No le despeines- protestó Mimí pasándole de nuevo el peine.
- Primero tiene que convencer a las demás.- protestó Ma.
- No entiendo…- inclinó la cabeza.
- Bueno, no te preocupes. Por ahora dime qué edad tienes y cuál es tu nombre.
- Sino, la hermana Kat te pone uno- sonrió- Yo soy Mimí, ella me puso ese nombre tras recogerme al igual que tú.
- ¿No estoy sucio?- dijo frotándose las manos.
- No, claro que no. Y ya no lo estarás más- dije agarrando sus diminutas manos entre las mías.
- ¿Es un nuevo principio? ¿Una nueva vida?
- Así es. ¿Quieres entonces un nuevo nombre?- pregunté y él asintió. Fui a mi mesita de noche y saqué una pequeña botella que contenía agua bendita y mientras salpicaba un poco sobre la cabeza del chico dije- pues de ahora en adelante te llamaremos Ulric.
- Te acostumbraras- se reía Mimí al ver la cara de extrañado que puso Ulric.
- Bueno, chicas, aquí se os presenta un nuevo miembro- dijo Ma abriendo la puerta, tras ella las chicas estaban apoyadas escuchando lo que hacíamos.- Sois todas una panda de cotillas.- suspiraba mientras se marchaba.
- ¡Oh! Este niño es el que has adoptado ahora- se acercaron- que cosa más mona y preciosa. ¿¡Este niño ha sido usado para satisfacer a pedófilos?! Pues esta enterito, y es muy mono- hablaban todas a tanta velocidad y juntas que ya no se entendía nada. Todas se pusieron a sobar al pobre chico.
- Ejem- aclaré mi garganta para que pararán.- Él es Ulric, y me gustaría poder tenerlo viviendo aquí ¿Qué os parece?
Todas callaron y miraron hacia él. Ulric inclinó la cabeza y juntó las manos mientras ponía carita de ángel lo que hizo que todas cedieran ante sus encantos. Así que aceptaron de inmediato. 
- Vaya truco- se sorprendió Mimí.
Poco a poco conseguí que todas se fueran de la habitación. Suspiré y miré hacia Mimí, ella se quedó pensativa un rato y después soltó un “¡Ah!” y también se marchó. Por fin algo de tranquilidad. Cerré la puerta. 
- ¿Cuántos años tienes?- le pregunté mientras me metía en cama.
- Siete- respondió levantándose y acercándose a mí.
- Ven, entra- dije abriendo las sabanas.- Seguro que tú tampoco has dormido bien. Hay que descansar bien para poder sobrevivir.
Él asintió y entró, no tardó nada en quedarse dormido a mi lado. No hay nada más inocente y puro que un niño durmiendo. Su respiración era muy tranquila así que mientras lo observaba, me quedé dormida también.


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